Crisis y desigualdad

Guillem López-casanovas Profesor de Hacienda Pública de la UPF

Aunque no es fácil afirmarlo categóricamente, los economistas suelen decir que un fuerte crecimiento suele llevar aparejada mayor desigualdad. Cuando se crece mucho se crece desordenadamente y ello hace que aumente la distancia entre los que más provecho sacan y los que menos. Pero, con la crisis y el estancamiento, ¿aumenta también la desigualdad? Esto es lo que apuntan categóricamente algunos economistas. Suena extraño. Intentemos descifrarlo.

Punto uno. Lo que pasa en desigualdades en renta, monetaria, disponible, del hogar, tiene una parte exógena (del mercado) y una endógena (las políticas públicas): los impuestos restan; las transferencias monetarias suman, siempre a unos más que a otros; y las prestaciones en especie (utilización de los servicios) depende de su uso.

Punto dos. De los impuestos podemos adivinar su progresividad relativa (mal si gravamos la renta del trabajo más que el capital, regresividad de impuestos sobre el consumo...); de las transferencias más o menos sabemos cuáles son más pro pobres que pro ricos, según se orienten a los destinatarios más necesitados, sean contributivas o universales. Pero las prestaciones en especie (sanidad, educación, servicios sociales) serán más o menos redistributivas según sea la utilización que de ellos hagan los distintos grupos de renta. De modo que si en una crisis económica, de austeridad en el gasto, los ricos aumentan el pago de cuotas a aseguradoras sanitarias, universidades y colegios privados, la desigualdad se reduce. Si la crisis lleva aparejada que grupos de renta media baja aumenten sus pólizas complementarias para compensar las deficiencias del Estado de bienestar, la igualdad aumenta también. Se les imputa menos gasto en aquellos servicios y su distancia respecto de los ricos disminuye. Es algo que se ve empíricamente al final; no se puede prejuzgar.

Punto tres. La desigualdad, por tanto, tal como se mide comúnmente con índices de Gini, es un concepto relativo que no distingue movimientos de acercamiento y/o alejamiento, por lo que algunos autores prefieren un indicador de pobreza. Con la globalización, la desigualdad ha aumentado, pero hay menos pobres. Cierto. O desde una visión más global: la desigualdad entre países ha disminuido, pero dentro de algunos países ha aumentado. También cierto.

Notemos por último la paradoja de que incluso con una reducción de fondos públicos, la austeridad puede mejorar la equidad del sistema de protección social. Es el caso al parecer de España cuando algunos autores (De Agostini P, Paulus A, Sutherland H, Tasseva I. 2014) revelan que en los recortes del 2008-2013, los cambios en la política social protegieron fuertemente a las pensiones, y con la subida de algunos impuestos, generaron un impacto redistributivo progresivo, de mayor equidad global pese a las reducciones de partidas del gasto social.

Contrariamente a lo que se afirma, la desigualdad, pese o gracias a la crisis (!), no es hoy mayor que en los años noventa; ni tampoco pese a la crisis entre 2010 y 2014 (datos del INE), ni tampoco sus indicadores de salud (López-Valcárcel BG, Barber P. 2016).

¿Quiere ello decir que no nos ha de preocupar la desigualdad? No. Pero sí que un mal argumento en la utilización de los datos puede arruinar una buena causa.

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